Mirándome al espejo esta mañana, mientras dudaba en cuanto a dejarme los pelos al natural -a pesar de parecer una muñeca vieja con pelos de alambres rojos-, o alisarlos para lograr una apariencia más aceptable y menos llamativa, o lo que es igual, llevarlo como la mayoría de las damas inseguras lo llevan, pensé… que voy a ser una muerta fea y acto seguido también pensé, ¿a quién carajos le importa?
Antes de llegar al cierre de tantos capítulos en mi vida, seré una anciana un tanto rigurosa facialmente hablando.
Siempre le agradecí con ironía a mi padre, estos rasgos que hoy tanto me han hecho pensar. Éramos tan físicamente parecidos que a él no le quedó otro remedio que retractarse de la duda machista acerca de mi origen. Mientras crecía, y mis rasgos se ajustaban a su imagen y semejanza se inclinó a desearse a sí mismo a través de lo que en mí reconocía como suyo. Él fue, antes que yo lo sea, un muerto feo.