Nos aventuramos en apostar sin temor a pérdida alguna a unir nuestras vidas para lograr tu sueño y el mío.
Y así empezó aquel viaje, a lo desconocido, más allá de todas las sombras que nos perseguían. Conocimos el amor y paso a paso construimos nuestro nido… y luego vino una, luego se perdió él y acto seguido y sin dudar, llegó el un.
Allá, lejos de todos, fuimos felices a ratos. La felicidad se nos olvidaba cuando nuestro dolor la reclamaba y el reclamo era constante. Pero como supimos siempre, cada uno era feliz con lo que tenía y amaba hasta donde la limitación asomaba. La ciencia del vivir no era tan difícil como una vez nos hicieron creer, pero amar era diferente, pues cada uno amó siempre como mejor pudo. Uno más y el otro lo más que supo. Y comenzamos a ponernos distancias, a besarnos sin besar, a poseernos sin estar presentes.
El nido se deshizo poco a poco y con el, se deshizo nuestro sueño inicial. Y nos miraba la luna, nos miraban las estrellas… sin detenerse, como fugitivos que pasan y yo quería ser quién se quedaba. El silencio comenzó a ser mi compañía, el llanto mi mejor consuelo, las lágrimas mis amigas incondicionales y fieles.
El amor, no sobrevivió a tu culpa. Pese a todo, no fueron muchos los reproches, más el dolor era tan inmenso como insoportable. Como el brillo de una estrella que ha muerto, pasé por nuestra última noche… para continuar brillando sola.
La sentencia, nunca debió haber sido la muerte. Pero para cuando nos reconocimos, era ya demasiado tarde. Seguimos sintiendo el uno por la otra y esa otra por ti y los nuestros, pero ya no podía seguir siendo lo que alguna vez fue.