Mi niño invisible
Por mucho que lo intente, no lo consigo… no lo concibo.
Te has ido porque quizás nunca te encontraste a gusto, porque todos te parecíamos tan lejanos. Necesitabas más y ninguno estuvo dispuesto. Gritaste durante 32 años, un grito mudo y silente, un grito muy tuyo, pero nadie te escuchó. Todos estuvimos muy ocupados y sordos a lo que no fuesen nuestros propios sonidos. Así fue como un mal día… decidiste dejar de gritar para siempre. Te quedaste en silencio… entonces gritamos todos, pero ya era muy tarde.
A pesar de que fui una de las que no lograron escuchar aquel grito silente y tuyo, respeté tu lejanía auto-impuesta o no, por costumbre o sin ella… respeté tu vida tal y como la quisiste mal vivir o vivir e intenté tocarte desde lejos, desde la distancia, pero seguí sin escuchar tu grito y tu continuaste sin sentir mi caricia. Siempre estuvimos, siempre fuimos, pero a partir de hoy, ya no estarás tu.
Descansa, vuela, ya eres libre… También a ti te extrañaré… porque te quise a mi manera, porque tu ausencia también de una manera muda, también de una manera sorda, también de esa manera duele.